

Durante la consulta preanestésica que debe hacerse en los dos meses que preceden la intervención es cuando se elige el tipo de anestesia que se practicará. Esta consulta obligatoria tiene por objeto prevenir lo mejor posible las complicaciones inherentes al entorno anestésico. Es a la vez el momento en que el médico anestesista informará al enfermo y responderá a sus preguntas; pero también el momento en que le incumbe al paciente darle al médico todas las informaciones susceptibles de garantizar la mejor evaluación preoperatoria posible (antecedentes, enfermedades o tratamientos incluso antiguos). En definitiva la consulta permite proponerle al paciente la mejor técnica anestésica adaptada a su estado y a la intervención programada. El médico obtiene así el consentimiento racional del paciente sobre esta elección.
La anestesia local consiste en bloquear por inyección de anestésicos locales la sensibilidad a un nivel preciso sin otro efecto que en el punto de alivio, en este caso, alrededor del túnel carpiano. Esta técnica tiene la ventaja de su sencillez, pero la infiltración de los tejidos en la misma zona de la intervención puede provocar una modificación de la apariencia anatómica y dificultar, quizá, la realización del gesto operatorio. Su duración de eficacia es muy corta.
Se propone con más frecuencia una anestesia regional o general.
La anestesia general, más frecuentemente utilizada en intervenciones quirúrgicas importantes, consiste en obtener una pérdida de conciencia, de sensación y de sensibilidad del paciente a lo largo de la duración de la intervención. Es necesaria una asistencia respiratoria e induce un momento prolongado en la sala de despertar. Efectos postanestésicos pueden aparecer (depresión respiratoria, náuseas, vómitos, somnolencia).
Con el fin de paliar estos inconvenientes y mejorar la analgesia postoperatoria, la mayoría de las veces se practica una anestesia regional. La sensibilidad está bloqueada por la inyección de un anestésico a nivel de la convergencia de gruesos troncos nerviosos la mayoría de las veces al nivel del brazo o al nivel del codo.
Durante mucho tiempo la localización de los nervios antes de la inyección se hacía por neuroestimulación, es decir gracias a una corriente eléctrica que hacía contraerse de modo indoloro los músculos inervados por este nervio. A veces se sentían de manera desagradable los movimientos involuntarios engendrados por esta estimulación.
Hoy en día, la localización de los nervios se hace la mayoría de las veces bajo ecografía. La inyección puede efectuarse así lo más cerca posible de los nervios y de modo indoloro. Esta técnica permite conseguir tanto la anestesia de la zona operatoria como de la colocación del garrote. Durante la intervención el paciente puede sentir el contacto pero no el dolor. Esta disociación entre tacto y sensibilidad es a veces difícil de hacer. Estanddo separado de la zona operada por una cortina llamada campo operatorio, el paciente evidentemente no ve el desarollo de la intervención.
Aunque teóricamente este tipo de anestesia no lo necesite, un decreto actualmente vigente, impone permanecer unos 15 minutos en la sala de despertar.
Esta técnica también tiene la ventaja de durar varias horas (2 o 3) y de asegurar plenamente el enlace analgésico con el efecto de las medicinas antidolor por vía oral que se recetan después de la operación. Mientras los efectos de la anestesia no se hayan disipado totalmente, el paciente tendrá que llevar su brazo en cabestrillo. Ya que al paciente en ayunas desde hace varias horas no le durmieron del todo, éste puede tomar una pequeña colación que le vendrá muy bien después de la operación.
Cualquiera que sea el tipo de anestesia, el paciente toma, media hora antes de ir al quirófano, una premedicación cuyo fin es relajarle.